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La especificidad lésbica en el teatro chileno de las rebeldías sexuales y de género.
En la celebración de la existencia del libro A una isla los llevaría de Daniela Capona, me invitaron a reflexionar sobre la ausencia del lesbianismo en el teatro de las rebeldías sexuales y de género, situación que remarca la autora en la introducción y que, por supuesto, lamenté, pero, sin embargo, y al igual que ella, veo la posibilidad de un nuevo libro o un anexo en una próxima edición. Pero también, me puse a pensar en la dificultad que tuvimos en esas edades de vivir el desierto, es decir, cualquier lugar no habitado por lesbianas, para encontrar pistas de la existencia lésbica. En mi caso, la primera fue en un grafiti en la calle Purísima, que escribía Mónica y Carmen dentro de un corazón. Fuera de la virtualidad, tristemente culposa, solitaria y en gran parte secuestrada por la fantasía, en ese gesto romántico de visibilidad lésbica de una Mónica que amaba con valentía a una Carmen, se hizo carne el deseo y mi identidad, que por muchos años más, siguieron siendo el mayor de mis secretos, y se hizo real, fui real y por primera vez no era la única lesbiana del mundo. Mónica y Carmen vivieron para siempre en mis fantasías, en lo que escribo, en los besos, en la rebeldía.
No me gusta hablar de representatividad porque eso implica la construcción de un modelo, el fijar patrones, y para mi gusto se acerca más a lo normativo que a una idea de libertad, de personificar o de multiplicidad. Prefiero hablar de referentes lésbicos, que, por supuesto, empecé a construir apenas pude. Y ante la escasez nos volcamos a imaginar por sobre la imposición de historias heterosexuales, adaptándolas: la lesbiana no veía una película, veía dos. Por suerte la estética camiona de los galanes jóvenes en los noventa ayudaba un montón. Y, por otra parte, recurríamos al referente homosexual en varones. Recuerdo con especial cariño, una serie inglesa en la que los protagonistas, dos hombres homosexuales, vivían el frenesí del deseo con muchos amantes y noches de desborde. En la serie hacían aparición esporádica una pareja de lesbianas que habían sido madres y siempre se las mostraba en la casa cuidando a la guagua, mientras los hombres vivían la aventura. Yo quería eso, vivir la aventura, por lo que de nuevo operaba el mecanismo de imaginar otra historia por sobre esa historia. De todas formas, siempre me ha perturbado esa decisión de las compañeras colas homosexualas, porque de la heterosexualidad no espero nada, de escribir historias sin identidades lésbicas, o peligrosamente, incluirlas en roles impuestos dentro del abanico patriarcal, o invisibilizarlas, simplemente, en una mención que ni siquiera da para reconocerlas en las luchas históricas que llevamos a cabo en las calles por nuestros derechos. Y a estas alturas seguimos hablando de invisibilización, y por qué no decirlo, de misoginia.
Hay un mapa muy interesante que me gusta trazar, que habla de las dimensiones que componen el imaginario de las rebeldías sexuales y de género: lo personal, lo comunitario, lo social, lo político y lo mágico o paranormal. Suelo ubicar a una distancia considerable la dimensión que compone la perspectiva heterosexual cis género que tiende a contar nuestras historias por nosotres. Entre estas dimensiones transita el imaginario de las rebeldías sexuales y de género, y si consideramos la especificidad lésbica, muchas de las historias ya existentes hacen un camino saltando de una dimensión a otra. En primera instancia, resulta tentador estacionarse en lo personal, ya que, en esa esfera, se encuentra la herida fundamental. Esta herida, provocada por el lesbo odio, desprende historias necesarias de las cuales nos cuesta bastante salir. Porque, qué hacemos con todo ese rencor; escribimos. Y es importante que podamos hacerlo para obtener un pase a la ficción, o a las historias que puedan hablar de esa herida, pero sumando también el placer. Y en este punto, ya no queremos ver historias de lesbianas que terminan en un suicidio, en sangre, y ni hablar de los personajes lésbicos nulos metidos en historias con sopapo. Muchas historias contundentes han salido de la revisión del imaginario, porque, sobre qué necesitamos escribir las rebeldías sexuales y de género, es una pregunta que siempre nos tenemos que hacer, y pone en tensión la escritura, la desafía, y eso siempre es entretenido.
Otro aspecto, que, como todo, es una reflexión abierta y necesita de aportes, conversaciones y análisis, es la especificidad de nuestro aporte como cultura rebelde sexual y de género. Gea, me habló en el taller sobre la intensidad en las relaciones presentes en nuestras historias, que se refleja en vida y muerte, y no desde una perspectiva romántica patriarcal; nos necesitamos para sobrevivir, para enfrentar al opresor. Aparecen también nuestras identidades, el consentimiento, el rechazo a la heteronorma, sin llegar a la sobrecorrección, por supuesto, porque nuevamente ahí hay un tufo a normatividad cuando lo que nos mueve es la rebeldía. Y la rebeldía que nos habita desde que nos levantamos; cómo no va a estar presente en nuestras historias. Lo mágico y paranormal es también bastante particular desde la óptica lésbica. Porque convivimos con la magia en las manos de una amiga, en la cocina, en las hierbas, en la máquina del tiempo que significa el placer en el sexo lésbico, en las brujas, las que pueden ver el futuro en los sueños, y lo paranormal en nuestras muertas, en los fantasmas que están ahí para decirnos cosas o subirse a nuestras espaldas para atormentarnos. Y hay tanto, pero también está la violencia, que la podemos ubicar en una figura lesbo odiante, pero también entre nosotres.
Hoy, que estamos llevando estas historias al teatro chileno, más allá de lo importante que me parece que seamos nosotres mismes quienes contemos nuestras propias historias, quiero celebrar la diversidad de propuestas lésbicas que han aparecido y nos han removido. Quiero celebrar la sensibilidad lésbica, la ternura, y la llama imperecedera de la rebeldía lésbica.